sábado, 2 de febrero de 2008

 

MUSEO DEL CINE. Episodio 6: El poder de la botella


Cuenta la historia que una mañana de 1944 el gran director Billy Wilder (Pacto de sangre, Sunset Boulevard, Infierno 17, Sabrina) viajaba de New York a Hollywood en tren cuando en la estación de Chicago bajó a comprar algo para leer en el viaje; entre el material de lectura se encontraba The lost weekend, novela más bien autobiográfica de Charles R. Jackson, que narra los desesperantes cuatro días que pasa un escritor para superar su alcoholismo y el consecuente síndrome de abstinencia. Wilder había tenido una reciente experiencia referida al tema: el rodaje de Pacto de sangre (1944) se había visto varias veces demorado por las crisis alcohólicas de su coguionista, Raymond Chandler.
Al llegar el tren a Hollywood, Wilder ya tenía el boceto mental para realizar la película, que se estrenaría al año siguiente, con dirección de Wilder y guión suyo junto a Charles Brackett, quien también sufría el problema del alcohol en su familia, con su esposa e hija; el protagonista fue Ray Milland, que tuvo una actuación descollante.
El preestreno de Días sin huella (así se llamó en el mundo hispanoparlante) fue un rotundo fracaso. El público, acostumbrado a ver borrachos sólo en comedias obviando el costado dramático de la enfermedad (en parte, para evitar la realidad), le dio una fría recepción a la película, incluso muchos preveían el final de la carrera actoral de Milland. Pero ese no era el único problema: se rumoreaba que la industria de las bebidas alcohólicas tenía intención de comprar los rollos de la película para sacarlos de circulación (o sea, destruirlos), agregado a que antes de la realización le habían ofrecido a la productora Paramount cinco millones de dólares para no filmarla (bromeando, una vez Wilder dijo que si se lo hubieran ofrecido a él, no la dirigía). Asimismo, la Hays Office (el organismo de censura de Hollywood) le buscaba el pelo al huevo a esa obra que ofrecía una nueva, incómoda y cruda mirada sobre el alcoholismo. Paramount tomó la sabia decisión de guardar la película y “esperar a ver qué pasa”. Mientras tanto, Billy Wilder recibió el llamado de la patria para combatir en la Segunda Guerra Mundial.
Por esas cosas del comportamiento de las masas, en noviembre de 1945, con la guerra ya terminada y con el mundo ante un nuevo orden, Días sin huella fue valientemente estrenada, resultó un éxito de críticas y el público le dio la bienvenida que antes le había retaceado. Ganó 4 Oscars (película, director, actor y guión), el Globo de Oro y fue una de las premiadas en la primera edición del Festival de Cannes.
Luego de Días sin huella, Billy Wilder quedó consagrado como uno de los mejores directores de la historia. Otro día nos dedicaremos al resto de sus obras maestras. Ray Milland siguió manteniendo su carrera por décadas pero la cúspide de su trabajo siempre fue el alcohólico Don Birnam. En cuanto a Charles R. Jackson, los ingresos por los derechos de su obra hecha película le redituaron varios años de estabilidad económica. Lamentablemente, nunca pudo liberarse de su adicción al alcohol, por lo que se suicidó en 1968. Otra trágica historia de talento desperdiciado.

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