martes, 22 de mayo de 2007

 

MUSEO DEL CINE. Episodio 3: La venganza de FF

La acción transcurre el 27 de marzo de 1973. Una atípica entrega de los premios Oscar. Como no podía ser de otra manera, Marlon Brando ganó el premio al mejor actor por su papel en El Padrino, pero lo rechazó (como había hecho con el Globo de Oro en enero) enviando a una muchacha indígena a explicar el por qué del desaire, “debido al maltrato que Estados Unidos tenía hacia los indígenas”, algo que nunca se entendió del todo bien (menos cuando se supo que la chica en realidad estaba disfrazada). Más allá de eso, se estaba dando una suerte de batacazo: Cabaret, el musical de Bob Fosse, arrasaba la noche con siete estatuillas ganadas, contra una sola (guión adaptado) de El Padrino, la gran candidata; la segunda fue la de Brando, que siguió a la que alzó Liza Minnelli, un sueño que su madre (Judy Garland) no había podido cumplir, pero sí su padre (Vincente Minnelli).
Llegaba el turno del mejor director, casi un golpe de gracia: el ganador fue Bob Fosse, mientras Coppola aplaudía con sonrisa de catálogo. Si El Padrino no se llevaba mejor película no sé qué hubiera pasado.
8 de abril de 1975, otra ceremonia con problemitas. En su discurso de agradecimiento, el productor de Hearts and Minds, ganadora del premio al mejor documental, se puso a leer un telegrama… del Viet Cong. Mientras tanto, Francis Ford Coppola tenía su revancha: El padrino II ganaba ya cuatro Oscar (el guión, la música, dirección artística, Robert De Niro), el quinto fue para Coppola y el sexto convertiría a la película en la única segunda parte en repetir el triunfo de la primera en los premios de la Academia. Lenny, de Bob Fosse, también estaba nominada para varias categorías (entre ellas nuevamente película y director) pero no ganó absolutamente nada, al igual que la otra película nominada de Coppola, La Conversación.
Fosse y Coppola se volverían a enfrentar en la “arena” de la Academia el 14 de abril de 1980, aunque ésta mostraría una indolencia indignante al premiar sólo la música de All That Jazz y el sonido de Apocalipsis Now, más un par de cosas más.

lunes, 21 de mayo de 2007

 

TRESCIENTOS PENES


Debe haber unas trescientas razones por las que no debería recomendar 300, pero en este momento no se me ocurre ninguna.
Por lo pronto puedo decirles que si esperan ver algo del tipo Corazón valiente o Espartaco, olvídenlo, 300 está completamente apoyada en el aspecto gráfico y visual, ya que está basada en una novela gráfica (algo así como un libro de cómics) de Frank Miller, el de Sin City; sería como ver a San Martín al borde de un precipicio en Los Andes con un mosquete en una mano y una espada en la otra, decapitando y destripando. O sea, no es una épica pero tampoco son dibujos animados.
Más allá de la indefectible licencia artística, la película tiene bastante más fidelidad histórica de la que uno podría imaginar hasta minutos antes de entrar al cine. Breve pantallazo retro: allá por el siglo V AC el imperio persa estaba en franca expansión; primero con Darío, luego con su hijo Jerjes, se había adueñado de toda la ribera oriental del Mediterráneo (sin contar al este del mismo), pero faltaba Grecia. En lo que se conoció como las Guerras Médicas, Persia invadió a la cuna de la civilización occidental en 490 AC, lo que culminó en victoria para los locales en la olímpica batalla de Maratón. Diez años después, un ejército persa mucho más cuantioso (alrededor de doscientas mil cabezas) va por la revancha con el propio rey Jerjes al mando. Las tropas defensoras, que entre griegos, espartanos y alguno más de por ahí, no llegaban ni al 1% del ejército persa, soportaron las primeras embestidas en el angosto paso de las Termópilas (que en la película se toman la molesta molestia de traducirlo a “Puertas Calientes”), pero luego sucumbieron debido a que los persas le encontraron la vuelta gracias a un griego que tuvo un iscariotesco paso a la historia. Mientras ocurrían estos hechos, el grueso del ejército helénico con su flota se reacomodaba en el golfo de Salamina, donde el propio Jerjes fue derrotado meses después, mientras que al año siguiente Grecia lograría su definitiva victoria sobre Persia en la batalla de Platea, pero siempre, cosa curiosa, en inferioridad numérica respecto al oriental enemigo.
Como decíamos, la película tiene un despliegue visual que llena los ojos, ayudado por una banda sonora de gran impacto (sobre todo en la percusión), que hasta incluye por ahí una guitarra eléctrica. El hilo argumental es bastante simple y hasta resume los hechos de las Guerras Médicas, por ejemplo, lo que se muestra al comienzo de la película con el provocador asesinato de los emisarios persas, en realidad había ocurrido diez años antes (la misma disputa que culminaría en Maratón). Asimismo, el relato no peca ni de ingenuo ni de engañoso, salvo en algunos aspectos técnicos que se pueden hacer notar, como los improbables dos metros y medio con los que se presenta a Jerjes, las máscaras metálicas de sus soldados (?), las luchas cuerpo a cuerpo aisladas del resto de la batalla, o el hecho de que absolutamente ningún soldado en la historia fue a una batalla con el torso desnudo, por más músculos y anabólicos que lo cubran. Pero estos detalles, sumados al volumen en el que hablan los protagonistas, más los cadáveres y las flechas, que se cuentan como granos de arroz en un paquete de un kilo, conforman un alegato tirando a machista, que va de la mano con la hazaña épica que se relata.
El que quiera hacer un correlato con el presente, refiriéndose a la lucha entre una civilización occidental y otra oriental, el asunto no pasa por ahí, sino por el intento de conquista de un imperio que en sus tropas tiene más esclavos que soldados (sólo que los esclavos persas no eran forzados a enlistarse en el ejército para obtener la green card), contra el ejército de un país invadido que se las arregla como puede (muchas veces en forma heroica) para repeler al invasor.
Puede que 300 no le guste al común de la gente, pero si son varones heterosexuales activos… vayan a verla!!!

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