martes, 29 de abril de 2008

 

MUSEO DEL CINE. Episodio 9: El acorazado Eisenstein






Apenas menos de diez largometrajes realizó (y le dejaron realizar) el director ruso Sergei Eisenstein, pero eso solo le alcanzó para ubicarse entre los grandes de la historia del cine.
En 1925 Lenin ya había muerto junto a su ideal marxista y Trotsky ya había sido anulado por Stalin. Proveniente del teatro, donde era director de escena, ese año Eisenstein dirige su primera película, Huelga, dentro de la temática de propaganda revolucionaria y popular que “sugería” el Estado soviético. Encargada por el gobierno para conmemorar los veinte años del primer levantamiento comunista contra el zar, la siguiente película de Eisenstein, El acorazado Potemkin (1925), sería su obra maestra y uno de los mejores films de la época muda del cine. En realidad, el proyecto original se iba a llamar 1905, e iba a estar formado por varios capítulos que relatarían los hechos de aquella primera intentona de revolución, pero el director decidió centrarse en el episodio del motín de los marineros del Potemkin, que se sublevan contra sus superiores por obligarles a alimentarse con carne podrida. La película muestra las numerosas innovaciones que Eisenstein pone en práctica para que la filmación y el montaje sean funcionales a la narración de los acontecimientos, donde el protagonista no es uno solo, sino la masa popular. Octubre (1928) describe los sucesos de 1917 previos a la caída del zar Alejandro y la llegada de Lenin y los bolcheviques al poder; asimismo, esta película sufriría la primera de una larga lista de intervenciones de la censura stalinista sobre la obra de Eisenstein (la figura de Trotsky ya no era bien vista así que debió quitar casi todas las imágenes de la película en donde él aparecía). Lo viejo y lo nuevo (1929) trata sobre la tan mentada reforma agraria, manteniendo la temática de colectivismo (aunque esta vez con una protagonista que sobresale de la masa proletaria) y el brillante montaje, pero se debió modificar varias veces el guión por los cambios que se suscitaban mientras tanto en el ambiente agrario.
Entre sus ideas fundadas en el teatro, la principal era el “montaje de atracciones”: a partir de la edición del film, hacer uso de imágenes fuertemente contrastadas para provocar intensas reacciones emocionales en el espectador (alguna vez afirmó que esta técnica funcionaba de una manera similar a la dialéctica de Marx), sumado al intenso uso que hacía del simbolismo y las metáforas, como en la secuencia de Huelga, que alterna escenas de ganado sacrificado en el matadero con trabajadores fusilados por soldados del zar; el mítico cochecito de bebé cayendo por las escalinatas en El acorazado Potemkin (homenajeado por Brian De Palma sesenta años después en Los intocables), o el caballo colgando del puente levadizo en Octubre.
Es interesante saber que con la aparición del sonido en el cine, Eisenstein realizó una gira por Europa y Estados Unidos, donde fue a parar al mismo Hollywood para familiarizarse con las nuevas técnicas sonoras. Fue contratado por la Paramount para filmar proyectos entre los que se incluían una versión fílmica de “La guerra de los mundos” de H.G. Wells, la adaptación de la novela “An American tragedy”, de T. Dreiser, y un guión escrito por el mismo Eisenstein llamado “Sutter’s gold”, pero sus proyectos fueron rechazados por poseer demasiada “conciencia social” y ser “comercialmente inviables”. Así las cosas, Paramount rompió el contrato con el ruso y en noviembre de 1930 el gobierno estadounidense, que ya comenzaba a desagradarle el comunismo, deportó a Eisenstein y sus colaboradores.
Su siguiente destino fue México; su nuevo proyecto, ¡Que viva México!, sobre la revolución en ese país. En un principio fue patrocinado y financiado por el escritor Upton Sinclair, pero éste le soltó la mano a Eisenstein a mitad de camino (vaya a saber por qué) y la película no se pudo completar, aunque más tarde se harían diversos montajes (ninguno hecho por el ruso), dando como resultado un puñado de filmes parecidos entre sí.
Con el nubarrón del infortunio encima, Eisenstein regresa a la Unión Soviética, donde los problemas no lo abandonarán: su visita a Estados Unidos lo convierte en sospechoso para Stalin, por lo que El prado de Bezhin (1937) es atacada de manera impiadosa por la censura y no llega a terminarse.
Sin embargo, su película biográfica sobre el héroe nacional Alexander Nevsky (1938), que había derrotado a una invasión teutona en el siglo XIII (algo similar a lo que Hitler tenía en mente por ese entonces), recibió un enfervorizado apoyo tanto del pueblo como del gobierno, que le entregó una mención honorífica al director. Gracias a dicho apoyo, pudo encarar su siguiente proyecto manteniendo el tópico histórico y nacionalista, una amplia trilogía sobre Iván el Terrible dentro de una mirada más personalista hacia la figura de aquel legendario zar. La primera película (1944) también fue aprobada y premiada, pero la segunda, al mostrar ciertos excesos de Iván similares a los de Stalin (como el uso de policía secreta), fue implacablemente prohibida, confiscada y destruida en muchos de sus fragmentos. Fue la última obra de Sergei Eisenstein dentro de su asfixiante país. Murió en 1948 a los 50 años de edad.
En 1958, ya muerto Stalin, se estrenó lo que quedó de Iván el Terrible II en color.
En 1979 el fiel colaborador de Eisenstein, Grigori Alexsandrov, estrenó ¡Que viva México! en forma de documental.
En 1988 se conocieron 4 minutos, los únicos sobrevivientes, de Iván el Terrible III.
En la actualidad, en todas las universidades de cine del mundo, Sergei Eisenstein es referido como un pionero de la cinematografía, por no decir un genio.

domingo, 20 de abril de 2008

 

LUGAR PARA LOS COEN




Sería fácil decir que “en las películas de los hermanos Coen siempre hay criminales”. Sería más interesante decir que sus personajes suelen estar parados en la línea que separa lo moral de lo inmoral, balanceándose de un lado a otro. El ladrón de poca monta que le roba una beba a un millonario (Educando a Arizona); el despreciable infeliz que hace secuestrar a su esposa para sacarle plata al suegro (Fargo); el convicto que vuelve con su familia sólo para ser noqueado por su nuevo marido (Dónde estás hermano); el pusilánime escritor que es convocado a Hollywood y sufre el síndrome de la página en blanco (Barton Fink); el vago perdedor que es usado por un millonario sosías (El gran Lebowski); el insípido barbero que de buenas a primeras idea un plan digno del mejor cine negro (El hombre que nunca estuvo)… Asimismo, H.I. se convierte en héroe en comparación con sus compañeros de celda y el asesino a sueldo que lo persigue; Jerry queda reducido a gelatina frente a sus peligrosos secuaces y a la implacable policía embarazada; en su odisea Everett logra frenar (aunque en forma fortuita) la corrupción y el racismo, y de paso graba un hit; gracias a su pasividad, Barton se salva de ser forreado por los productores de cine y de ser asesinado por un nazi obeso; el Dude logra liberarse de la banda de actores porno nihilistas, se queda con una linda chica y sigue con su pasión por el bowling; a Ed, sin embargo, el plan de chantajear al amante de su esposa no podría haberle salido peor…
El patrón que se percibe en todos estos personajes y sus circunstancias es que ninguno de ellos es dueño de su destino, al igual que ninguno de nosotros, sólo que es muy poco probable que un acreedor nos orine la alfombra, o en caso de ir a la cárcel nos enamoremos de la mujer policía que saca las fotos. Esta es la enorme chispa de original creatividad que imprimen los hermanos Coen en sus guiones. Y esto es lo que mostraron al volver en su mejor forma con su último largometraje (ganador del Oscar) Sin lugar para los débiles.
Luego de un par de películas inferiores (El amor cuesta caro y la remake de El quinteto de la muerte), no por ser malas sino por estar debajo del handicap Coen, Sin lugar para los débiles se encuentra entre las mejores películas de la dupla… o la mejor, lo discerniremos en un futuro cercano.
La acción transcurre en 1980. Un cazador texano descubre un macabro escenario con varios cadáveres, entre hombres y perros, y sus correspondientes moscas, una camioneta llena de droga… y una valija llena de dinero. El bichito de la codicia se le despierta, así es que sólo le presta atención a lo último. Por supuesto que no sólo a él le desagrada la idea de que dos millones de dólares queden abandonados en el desierto, sino a otras personas… como sus propietarios. A esto sumémosle un despiadado asesino (un Javier Bardem espeluznante, que desagrada hasta cuando sonríe) que también se anota en la lista de los que desean el dinero, y no se detendrá por nada ni nadie. Siguiendo la acción a los tumbos, un comisario a días de su retiro (Tommy Lee Jones), que se espanta y al mismo tiempo se resigna por la violencia y la brutalidad que van cobrando los acontecimientos.
Dicho ámbito de violencia, adornado con un inteligente humor negro, es el terreno donde mejor se mueven Ethan y Joel Coen. Aunque para llegar al desenlace utilizan un camino distinto, en Sin lugar para los débiles el mismo está bastante emparentado con el de Fargo, sólo que con una vuelta de tuerca más reflexiva, tanto que este humilde servidor se tuvo que quedar en el cine cinco minutos después de terminada la película para explicársela a un par de jóvenes que estaban en la misma fila. Para eso estamos, sobre todo si se trata de un excelente film.

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