lunes, 15 de enero de 2007

 

MUSEO DEL CINE. Episodio 1: una charlita sobre Sunset Boulevard

El 10 de agosto de 1950 se estrenó El ocaso de una vida (Sunset Boulevard), dirigida por el gran Billy Wilder. La historia de la película es un fiel reflejo de la decadencia de Hollywood y su época dorada. Dos años antes se había abandonado el “studio system” y se iniciaba la era de las productoras independientes. Las majors sólo se encargarían de la distribución. Asimismo, el cine comenzaba a perder terreno frente a su principal y poderoso enemigo: la televisión.
Días atrás del estreno de Sunset Boulevard en el Radio City Music Hall, en la premier para críticos y figuras de la industria, Louis B. Mayer, el capo de la MGM, increpó a los gritos a Wilder:
-Bastardo, destruiste la industria que te creó y te dio de comer. Deberían bañarte en alquitrán, cubrirte de plumas y echarte fuera de Hollywood.
Wilder contestó con un tranquilo
-Fuck you.

jueves, 4 de enero de 2007

 

99 FORMAS DE MORIR (temazo de Megadeth)


El segundo negocio más rentable del mundo es el tráfico de armas; el primero es el narcotráfico y el tercero es la trata de blancas o prostitución infantil a nivel internacional. ¿Qué tienen en común estas actividades comerciales aparte de ser ilegales, ergo no estar gravados impositivamente y responder a una demanda de mercado? Las tres actividades resultantes (quemarse el cerebro, matar deliberadamente, ejercer denigrante dominio sexual) nos diferencian del resto de los animales. Es curioso que el ser humano sea la especie más desarrollada del planeta, cuando ninguno de los seres inferiores a él consume sustancias nocivas para su organismo, ni mata por otra cosa que no sea defensa propia o búsqueda de alimento para subsistir, ni se aparea con individuos que no llegaron a su etapa de celo.
Del mismo director de Gattaca (1997) y guionista de The Truman Show (1998), El señor de la guerra (Andrew Niccol, 2005) relata la génesis y evolución de un traficante de armas de origen ucraniano (soviético en el tiempo que transcurre la historia), que por supuesto comienza su negocio poco después de emigrar a Estados Unidos y entrar en contacto con los vicios del capitalismo. El papel es llevado de manera muy eficiente por Nicolas Cage.
Luego de una breve e irónica introducción del protagonista (“Una de cada doce personas en el mundo está armada. El asunto es cómo armar a las otras once”), la secuencia de títulos se desarrolla con el primer plano de una bala de fusil viajando desde su fabricación hasta su destino final, que es, obviamente, hundirse en el cuerpo de alguien, armado o desarmado. Acompaña apropiadamente un temazo de Buffalo Springfield llamado “For what it’s worth” (“Por qué vale la pena”). El resto de la película es el relato en primera persona del traficante ucraniano (basado en personajes reales), explicando entre otras cosas cómo fue beneficiado o perjudicado por el transcurso de la historia, como el crecimiento exponencial de su negocio con la disolución de la Unión Soviética o la locura brutal del dictador liberiano Andre Baptiste (nombre ficticio para referirse a Charles Taylor, el verdadero dictador), que el traficante debe soportar en pos de una fluida relación comercial. En algunos tramos el film hace recordar a Blow (Ted Demme, 2001), que relataba una historia similar (y también real) pero con drogas en vez de armas, y con un final totalmente distinto.
Frente a las relaciones humanas que el traficante comprende con padres, hermano, esposa e hijo, se plantea el inevitable dilema moral, no sólo hacia el personaje mismo sino hacia el espectador, que obviamente no puede sentirse identificado con él aunque eso siempre quiere, algo que había sido perfectamente obviado por ejemplo, en esa escena memorable de Brazil (Terry Gilliam, 1985), cuando el torturador no termina de limpiarse la sangre de las manos y ya está jugando con sus hijos. En el caso de El señor… dicho dilema se sobrevuela en un hecho tan elemental como que el traficante no quiere que su hijo tenga armas de juguete. Más allá de eso, se le encuentra un costado bastante simpático a tremendo delincuente. Volviendo a Blow, en esa cinta no queríamos que le cagaran el negocio a Johnny Depp, ¿no?
Lo mejor es el desenlace de la película, del cual por supuesto no daremos muchos detalles, pero se debe mencionar el realismo con el que la trama es resuelta, alejado de todo maniqueísmo y lecciones morales, mostrando la “verdad verdadera” en el momento justo en lugar de ir especulando con ella todo el tiempo como ocurrió en otras ocasiones.
Claro que esto es sólo ficción, el director y guionista lo tuvo en claro y así fue como le aplicó a Nicolas Cage el carisma necesario para que, luego de que un sanguinario liberiano probara una Magnum .357 matando a uno de sus guardias, el traficante (también sanguinario aunque a la manera occidental) se quejara de eso… porque entonces debía vender el arma como usada. Y la escena de antología, que resume el desenlace de la guerra fría: Nicolas Cage sentado sobre una derrumbada estatua de Lenin, calculando la ganancia de su inversión por la compra de armamento soviético en desuso.
Cuidado con las armas, las cargan los vivos, las descargan los perejiles y las sufren… también los perejiles.

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