lunes, 13 de noviembre de 2006

 

IGUALES PERO DISTINTOS

En los últimos diez años conocimos dos directores con nombres exactamente iguales pero con obras casi diametralmente opuestas. Esto fue hasta que uno de los dos Paul Anderson decidió incluir su segundo nombre, Thomas, o la inicial del mismo en sus películas; para no ser menos, el otro incluyó un par de letras también. ¿La diferencia? Paul W. S. entretiene, Paul T. le da alegría a los corazones amantes del cine.
El inglés Paul W. S. Anderson se dio a conocer en 1995 con Mortal Kombat, basada en el popular videojuego (ese que permitía producir creativas mutilaciones apretando todos los botones del joystick); la película confirmó la regla según la cual las versiones fílmicas de jueguitos suelen mostrar resultados muy inferiores (por no decir paupérrimos), regla que el propio Anderson más tarde se encargaría de refutar. Pero antes quedaría a cargo de un par de interesantes producciones futuristas: Event Horizon, la nave de la muerte (1997), cercana a Alien pero con una vuelta de tuerca metafísica y una efectiva dosis de terror en esos rostros con ojos recién extirpados. La otra era El último soldado (1998), similar a Soldado universal (Roland Emmerich, 1992), pero mucho mejor, y además con viajes interplanetarios y un Kurt Russell con su pequeño talento (acertadamente) alejado de Carpenter.
El punto más alto de Paul W. S. llegaría de la mano de otro videojuego. Resident Evil no es otra cosa que una más de esas películas con gente-encerrada-por-algo-o-alguien-que-los-va-matando-uno-por-uno, pero con elementos que la ayudan a escapar del convencionalismo y le agregan emoción a la trama, el héroe (heroína) amnésico, las secuelas de una fugaz relación sentimental y el enemigo que no tiene una forma definida y no se lo conoce sino hasta el desenlace del film. Tampoco Resident Evil es la gran película pero sí es bastante superior a muchas de su género. El propio Anderson se encargó del guión de la segunda parte (no así de la dirección).
Si bien su hasta ahora última película es algo floja, mejora con dignidad las expectativas que produce el guiso de mezclar dos personajes de sagas distintas como Alien y Depredador, ya desde su trama, que a la vez funciona como segunda secuela de la serie Depredador y como precuela de Alien (incluso mostrando en Lance Henriksen al modelo humano de los futuros androides lechosos). Esto en cuanto a Paul W. S. Anderson que, como vemos, queda encasillado para bien, en el género mencionado.

Paul T. nos mostró hasta ahora tres brillantes obras que él mismo se encargó de escribir, producir y dirigir, lo que lo estaría convirtiendo en uno de los mejores realizadores de su generación. Boogie nights (1997) es una película coral (de esas con varias historias entrelazadas) basada en un corto del mismo Anderson de 1988 y a la vez en la vida del mítico John Holmes (y su herramienta de 33 cm), ambientada en el mundo porno antes de la aparición del sida, o sea, fines de los ’70 y principios de los ’80; su calidad argumental es tan grande que no depende demasiado de las consabidas escenas sexuales. Burt Reynolds resucita después de haber pasado vergüenza en Striptease y Julianne Moore se recibe de gran actriz. Integra el top 100 de este mismo blog.
Magnolia (1999) es otro fantástico film coral que produjo un curioso pero no inesperado resultado: es un referente cultural de la presente década, como lo fue Pulp Fiction en los ’90. La razón más inmediata bien puede ser la habilidad de Paul T. para combinar y relacionar personalidades, comportamientos y acciones de los protagonistas de las nueve historias (que en realidad son una sola). Una vez más, el despliegue escénico de Moore cumple con creces, mientras que el histrionismo de cotillón de Tom Cruise queda perfectamente subordinado al guión. Philip Seymour Hoffman (actor en común en las tres películas) le agrega otro ladrillito a su sólida carrera. Y el final, inesperado tanto para personajes como para espectadores, pero necesario a la postre.
Embriagados de amor (2002) es responsable de un pequeño milagro: muchos no estadounidenses disfrutamos un protagónico de Adam Sandler, a la vez que los pocos tímidos y cortos en materia sentimental que quedamos en el mundo nos sentimos identificados con esa persona que recibe el regalo del amor y está dispuesta a protegerlo y no perderlo, como el tesoro más valioso que se pueda imaginar. Es que, ya sabemos, se siente muy bien esa embriaguez, y Paul T. le pone las palabras y las imágenes justas. Eso también se siente muy bien: ver esta película.
Paul Thomas Anderson es de los grosos, de esos a quienes esperamos reencontrar en la próxima película. Respeto y admiración hacia él desde este humilde pero importante espacio.

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