lunes, 17 de abril de 2006

 

LA NUEVA OLA DE TERROR


A propósito de haber visto la película Saw (James Wan, 2004), es que profundizaré sobre las últimas y más logradas producciones de cine de género terror salidas de Hollywood y de otros lugares también.
El antecedente “arcaico” que podemos encontrar es en cine de suspenso, el de la magnífica El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991), de donde salió el entrañable psiquiatra caníbal Hannibal Lecter, nuestro villano favorito, con secuela (Hannibal) y precuela (Dragón Rojo) incluidas. A modo de “pariente pobre”, podemos citar las 7 de Pesadilla y las 10 de Viernes 13 (por razones obvias, dejaremos de lado Jason vs. Freddy). Un poco más cerca en el tiempo vimos Pecados capitales (David Fincher, 1995), que apostó unas fichas más al casillero de las muertes originales en su atrocidad y que se dejaban ver en forma más explícita. Y esto es justamente lo que se privilegia en el terror de esta primera década del siglo XXI, pero apartándose de la gran calidad de Silencio…, Pecados… y si nos referimos a calidad también podemos mencionar a El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986).
El resto del mundo también se le animó a este terror “zarpado”, con resultados por lo general muy buenos. La española Tesis (Alejandro Amenábar, 1996), que se adentraba en el mundo de los videos snuff, con filmaciones de asesinatos reales (y que años después tendría su reflejo estadounidense en la deficiente 8 Milímetros); las francesas Los ríos color púrpura (Mathieu Kassovitz, 2000), buena y nada más, y Pacto de lobos (Christophe Gans, 2001), mucho mejor y con influencias de El nombre de la rosa. Pero también es menester mencionar a todo un grupo de directores japoneses que le entraron a este asunto del terror de niveles cuasi sádicos, como el caso de Takashi Miike y su Audition (1999), o Hideo Nakata con Dark water y La llamada 1 y 2 (todas ellas con inmediatas pero menores remakes en USA).
En el último año, aparecieron un par de producciones como La cueva y El descenso, que aunque tienen su catálogo de muertes atroces, ya se acercan más al subgénero de “película sobre un grupo de gente joven cercada por algo o alguien que los va matando uno por uno”. Las más recientes, Creep y Hostel, lamentablemente resultaron de menor calidad, como también las nuevas versiones de clásicos como Masacre en cadena de Texas o El despertar del diablo.
A modo de conclusión, podemos decir que si bien la muerte es una sola, hay diversas formas de lograr el paro cardíaco, con varios niveles de dolor agonizante; esto vende ya que es por todos conocido el morbo del público de los medios en general, y más en estos inicios del siglo XXI, en donde nuestra capacidad de asombro está en peligro de extinción. Lo que sí, órganos extirpados y cuerpos mutilados deben estar obligatoriamente acompañados de un argumento válido y atrayente, sino, por más diversificación de achuramientos, a esto le veo corta vida.
En el caso de Saw (significa Sierra, por si no sabían), el catálogo de muertes tiene una intrincada ingeniería previa: el loco de turno coloca a sus víctimas en una situación tal, que no corren peligro de ser asesinados, sino de matarse ellos mismos, y hasta se puede afirmar que el objetivo final no es la muerte de la víctima. La trama es tan complicada como suena, y también muy interesante y sagaz, sin caer en lugares comunes. Hay segunda parte (claro, quedó el final abierto); mientras vamos viendo esta primera.

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